Los productos tradicionales pueden llamar a diseños modernos que conciten la atención de los consumidores. El vino también es uno de ellos.
La elección de un vino puede verse influenciada, por la uva, la región de origen y la bodega, pero también por la marca y, especialmente, el diseño de la etiqueta, debido a que la gran oferta en mercado hace muy difícil que el consumidor conozca realmente todo el abanico de productos a su disposición.
Según un estudio realizado por una página especializada, la mayoría de los compradores eligen el vino por la etiqueta, debido a que su imagen puede decir mucho de su contenido: puede hacer que parezca muy caro (aunque no lo sea), que parezca fresco o moderno, o sugerir un determinado sabor.
La Argentina ocupa el séptimo lugar a nivel mundial de consumo de vino per cápita, con 22 litros por habitante y está en el sexto puesto en producción, con 11,8 millones de hectólitros y séptimo lugar en la superficie implantada, con más de 230.000 hectáreas.
Mientras tanto, se están popularizando las pequeñas bodegas y los vinos de producción natural y ecológica, lo que incrementa la selección en las tiendas o supermercados. A un productor de vino le interesa destacarse para llamar la atención del consumidor, pero también presentar su vino con nivel, con una historia y lograr que llame a ser probado.
La etiqueta también incorpora información obligatoria por motivos legales y normativos. Además de esa descripción legal, es importante que comunique sobre la región, el productor, los aromas, los sabores.
En concordancia con el incremento de vinos en el mercado, aumenta la variedad de diseños de etiquetas. Muchas bodegas tradicionales siguen queriendo presentarse con un estilo antiguo, con un aspecto vintage que transmita la idea de un vino de alta calidad, pero un diseño con fuentes contemporáneas, formas abstractas y fuertes colores, puede resultar inesperado y lograr que los consumidores se interesen por un nuevo vino, o de renovar el interés por una marca conocida.
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