Las etiquetas personalizadas, además de facilitar la identificación por parte del cliente, genera un espacio de negocios para el impresor.
La personalización de envases generó una serie de oportunidades en el mundo de la impresión.
El packaging tuvo un giro hace algunos años con la aparición de los envases personalizados. Así aparecieron botellas, bolsas, envoltorios y otros objetos que apuntaban hacia ciertas características del cliente que podía elegirlos según sus inclinaciones, apariencia y preferencias.
A eso se sumó la aparición de los nombres impresos sobre tazas, platos y hasta los envases de ciertos productos, como las gaseosas. Eso permitía ir al supermercado o local minorista y adquirir la botella que tenía identificada desde fábrica para esos clientes.
Para eventos especiales, se llegaron a desarrollar etiquetas autoadhesivas impresas con los nombres y hasta las fotografías de los homenajeados o de los productos que eran centro de esas convocatorias, festejos o reuniones.
En paralelo, ciertas cadenas gastronómicas y cafeterías de autoservicio instauraron la costumbre de tomar los pedidos y anotar los nombres de sus clientes –con diverso respeto en cuanto a su literalidad- en vasos y bolsas, para luego llamarlos a retirar sus pedidos.
Uniendo esas ideas, alguna empresa cervecera lanzó una serie de stickers que –se supone- tendrían algún parecido al consumidor, para que identifique su lata y no se confundan en el consumo en los locales, lo que ayudaría a evitar contagios por cambios en épocas de pandemia.
Más allá de modas y circunstancias la personalización de envases generó una serie de oportunidades en el mundo de la impresión que hace a una línea de negocios de rentabilidad y reconocimiento por parte de los clientes.
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