Con una cantidad de ventajas que ayudan a amortizar la alta inversión inicial, el LED se sigue consolidando como un nuevo protagonista de la iluminación en cartelería. Desde que Shuji Nakamura inventara el LED azul en la década de 1990, que le valió el premio Nobel de Física de 2014, estas pequeñas lamparitas comenzaron a ocupar distintos espacios en la iluminación, a pesar del mayor costo de su instalación respecto de sus competidoras. En lo que a cartelería se refiere, el LED ha llegado para competir con el tubo fluorescente, que por más de tres décadas pareció ser el rey del mercado. Los primeros tiempos de esta competencia han ayudado a desplegar las cualidades y desventajas de cada uno de ellos. En ese análisis, los costos no han sido un tema menor. En esa línea, el LED se ha puesto fuerte dado que consume entre 50 y 80% menos que su competidor, sin disminuir su rendimiento lumínico. Un ejemplo de esto es que un tubo LED de 18 watts puede reemplazar a un fluorescente de 40, que se transformaría en 50 watts si se tuviera en cuenta el balasto. Otro de sus argumentos ha sido la mayor vida útil del pequeño diodo, dado que ofrece 50.000 horas de encendido contra las 5.000 o, a lo sumo, 15.000, del tubo de neón. Además, quienes trabajan con ellos se refieren a los menores costos de mantenimiento y la simpleza de su instalación, sin necesidad de demasiados conocimientos técnicos. Los defensores del LED apuntaron que no necesita sistemas de estabilización y se respaldaron en su perfil más eco amigable que el tubo fluorescente, ya que este último -a diferencia del nuevo sistema lumínico- contiene mercurio y metales pesados; usa arrancador y balasto; emite rayos infrarrojos y ultravioletas; consume aunque el tubo esté fundido; produce parpadeos y consume más por múltiples encendidos; genera riesgos eléctricos y no enciende instantáneamente. Sin embargo, sus detractores no se han quedado mudos y concentraron sus críticas sobre el alto costo del LED al momento de su instalación, dado que colocar un tubo fluorescente cuesta aproximadamente 10 por ciento de lo que se deberá desembolsar para disfrutar de la luz del nuevo sistema. Estos costos no afectarán demasiado al viejo método, aunque se utilizasen los modernos balastos electrónicos. Esta divergencia entre los costos ha sido la que permitió, hasta ahora, la convivencia entre ambos sistemas. En ese sentido, la barrera pareciera instalarse entre quienes han preferido hacer invertir en un primer momento instalando un LED y olvidarse del tema, y aquellos que eligieron extender el gasto en el tiempo colocando un tubo fluorescente, más allá de posibles futuros inconvenientes.